Marisa Sierra
No recuerdo bien la fecha ni en que momento, pero se que estaba llenando una ficha con mis datos en el subsuelo de una librería de la calle Callao, donde se reunían las personas que convocaban voluntarios para leer.
Mi única experiencia había sido en la Biblioteca de Ciegos, en la que trabaje durante un tiempo. Supongo que la gente ejerce el voluntariado por muy diferentes razones: solidaridad, ganas de ayudar, horas libres,etc. En mi caso, no me sobraba el tiempo (soy docente), trabajaba, tenía dos hijos adolescentes, pero no estaba bien. Pasaba por un gran problema personal y necesitaba hacer algo más. No nos engañemos: somos voluntarios porque creo que lo necesitamos nosotros mismos. 56lo que nuestra necesidad coincide con la necesidad del otro.
A1 comenzar a leer, nos encontramos con diferentes personas. Con algunos oyentes tenemos más afinidad que con otros y hasta puede haber algún pequeño problema. En mi caso, se produjo con un oyente internado en un geriátrico pero por dificultades con la institución. No obstante se trata de problemas siempre solucionables.
He leído a varios oyentes ciegos, incluso a un vidente cuadripléjico. Leí libros nuevos para mi y releí otros que ya había leído. Leí para gente ciega de nacimiento, ciegos recientes y disminuidos visuales. Siento que todos ellos, cuando compartíamos la lectura,estaban diciéndome mas a mi (al verlos superar con alegría sus dificultades) que las pocas horas que yo les aportaba.
En esta época de falta de solidaridad y de discriminación es bueno compartir algo con el otro. Con esto tal vez no cambiemos la realidad espantosa que nos rodea, pero, sin duda, mejoraremos pequeñas realidades: la del oyente y la nuestra.
Hoy leo para un señor ciego, algo mayor, extraordinaria persona de gran cultura que también escribe y lleva publicados dos libros de poesía. Nos reímos juntos de ironías de Borges, del que es gran admirador.
Ahora los recuerdos son mas recientes: estoy leyendo con él el suplemento literario de un diario. lntercambiamos opiniones, me disculpo por mi mala pronunciación en ingles (idioma que el domina), se de con una hermosa carcajada. Escucho el canto de un gallo:
Es su reloj parlante que nos dice que son las once. Mientras leo, el sol de la mañana entra por los ventanales de la casa y me da en la cara.
Hacemos un alto, su esposa sirve, amablemente un café, me saludan do de sus nietos. Me siento feliz y agradezco interiormente a Adriana, integrante del Banco de Horas de Lectura, por haberme llamado.