Flavia Bolón Varela
El señor que dudaba vivía en una casa n las afueras de Flores. El color de su piel y de su traje era el mismo que el de sus dudas. Su mirada oblicua -hacia el cielo-, dirigida a la nada, era coronada por un ceno cambiante y por el bailoteo de sus labios al dudar.
Todos los días, el señor que dudaba, paseaba a la misma hora y recorría el mismo camino. Adquirió notoriedad porque dudaba en voz alta y los chicos que salíamos del colegio lo escuchábamos sin querer.
La primera que escuchó el rumiar fue Clara, ella se lo contó a Marina y Marina a Fernando y a mí. Al cabo de un mes, éramos cincuenta y siete chicos - el 'A' y el 'B' caminando a la par de dicho señor. ¿Para qué? Para ver si algún día dejaba de dudar. Obsesionados nos pusimos a memorizar sus dudas día a día ... había que encontrarle algunas respuestas.
Pero les hago corto el cuento. Nunca dejo de dudar, es más veo a varios de mis compañeros -hoy adultos- haciendo lo mismo que aquel señor. Lo único diferente es que ninguno de ellos tiene cincuenta y siete chicos a su alrededor.