Guadalupe Allassia
"y escríbense, aunque son de poca importancia, porque en los tiempos venideros, que es cuando más sirven las historias, quizá llegaran saber estos principios"Garcilazo, Comentarios reales, Lib. IX.
Señor, le diré lo que debo hacer. ¿Qué debo hacer? Escribir un libro para niños.
Y usted me pregunta cómo.
Bueno, para ello debo entrar en la fantástica, prometer sueños, abrir la caja de la diversión imaginaria, hacer hablar lunas y muñecos de azúcar, dialogar con fantasmas de neblina.
Debo trepar por espirales de estrellas y bajar por toboganes de árboles rugosos habitados por elfos.
¿Le parece difícil señor?
Buscar palabras-burbujas que hagan cosquillas en la nariz y abran la boca del niño en una amplia sonrisa. Usted me pregunta si puedo. Y yo me pregunto: ¿puedo?
Entonces lamo a la imaginación, con palabras, aromas, tamaños, colores, ideas.
Porque el libro que me propongo, al ser leído por un niño, provocará un goce, como el de campanitas diminutas sonando en la mañana clara, será como agua de arroyo que envuelve en ondas frescas, los pies o como viento que remolinea y despeina, con invisibles manos de airecito juguetón..
Debo hacerlo así, señor.
El libro será tomado como algo propio, íntimo, ·que desata una emoción única, como se saborea un durazno jugoso, a solas, en algún lugar de la casa. Ah, sí. Dulce y perfumado. Y secreto. Mío. Solo.
Sí, señor. Pero llegar a este punto magnífico y grande, donde el lector siente profundamente y necesita de mi libra, es alcanzar una especial dimensión no habitada antes.
Ah sí, señor, como se lo estoy diciendo.
¿Cómo arribar al arte de la infancia, con un pincel finito de pelo de marta, con todas las tintas del universo, arco iris incluido, y una tela blanca, grande, como pared pintada a la cal o como el mantel mas largo del mundo, que espera tranquilo que yo lo llene de palabras"
Y no cualquier palabra, señor. Imagínese. Son palabras que debo elegir bien y combinarlas mejor. Subirlas a ese cielo turquesa de irrealidades que fertiliza el planeta de suenos y otras alegres divagaciones y con ellas, contar historias que nunca sucedieron, que no explicaran la realidad y las cosas, pero que pueden ensamblarse y decir a que se parecen.
Debo subir a un globo, señor, y mostrar el mundo desde una altura donde vive la Befana, mi amiga brujita que reparte juguetes en escoba ce cometa. Y por arte de birlibirloque, bajar y conocer el almanaque de las lombrices. Debo tocar el pensamiento mágico con un acorde sorprendente de palabras musicales, rítmicas y divertidas. Es decir, si no pienso mal, y usted perdone, un escándalo de maravillas, como los fuegos artificiales en una noche de verano. Luciérnagas se encienden en mi cabeza y buscan el juego geométrico de la danza nocturna que sorprende. Así mis palabras deben ser un juego luminoso que atraiga,deben moverse como piedritas saltarinas y ser planetas de vidrio transparente que multiplican sus imágenes.
También debo contar una historia cuyo argumento no se demore. Ay, sí, señor. Vamos rápidamente a respirar el idioma en acción, con verbos que perfumen y muevan las piernas, con sustantivos que hagan latir el corazón tum- retumba -tum- y los silencios permitan escuchar a las personas que viven dentro del libro.
Así de simple. Llanto no. Risas sí. Las palabras deben nombrar cosas y ponerse ojitos en sus grafemas, subir y bajar toboganes tipográficos, encadenarse en un cuento y conservar el dibujo textual, sin perder el hilo del personaje que ya lleva desatado un ovillo y se mueve tan rápido como la vida. Todo con palabras, con sonidos, con ritmos, con susurros de caracoles en el oído, con ecos, con aire, ese que va y viene por mi sábana blanca buscando asombrar y deparar sorpresas s6lo con las letras, memorias del espíritu.
¿Le parece fácil, señor? Un libro que divierta es una cosa seria. Porque leer es vivir y apropiarnos del mundo. Y sí. Porque somos en el mundo.
Toda esta estrategia lingüítistica de mi parte, que realizo gozosamente, tiene el único propósito de llevar al niño a 1a lectura de este, mi libro, que se obstina en levantar vuelo, suavemente, para irse a quien sabe adónnde. Tal vez sean las palabras que se abren paso buscando un niño, un niño que suene. Entonces, señor, déjelo pasar. Porque los sueños nunca niegan la vida. La fortalecen •