Elba Beatriz Gallenti
La Plaza de los Congresos burbujeaba, verdecía.
Allí descubrí palomas.
De lejos todas iguales. De cerca pálidas grises.
Son libres. Algunas renguean sombrías otras menean
las testas desnudas curtidas de tiempo.
Quien sabe en que piensan. Son libres.
Deambulan inquietas. Se cruzan. Se espulgan. Se miran.
Se alejan. Se acercan. Buscan alimento.
Migajas que el mundo les deja.
Se juntan. Murmuran. Rezongan.
Las acuna el toque de las campanadas.
La noche las ve acurrucadas
la cabeza gacha hundida en las alas.
Son libres. Conocen rincones que nadie supone:
pasajes oscuros, umbrales de mármol, zaguanes discretos, portales custodios.
El sol las despierta. La luna las vela.
Algunas osadas arriesgan la noche sobre un banco yertas.
Las más se repliegan, se alejan del ruido.
La noche despliega peligro. Son libres.
Son libres sin normas que rijan ni impuestos que ciñan.
Ni casa ni mesa ni lecho. Sin jefe ni dueño.
A las doce y media se alegran, se adunan.
Olor a familia, a estufa encendida. Ya llega la olla. La olla le dicen.
Se acercan buscando comida que otro desecha.
Un plato de guiso conecta con el mundo ajeno.
Son hombres sin techo las grises palomas.
Las palomas grises los hombres paloma.
Los hombres tan grises ...
Demasiada libertad también condena.