Abril 2010

Café Diaz: El guapo Silvestre

Emilio Bolón Varela

Justo dónde  Avenida La Plata choca con la Avenida Rivadavia, en ese mismo frente, se había detenido el tiempo, encarnado por el Café Díaz -seguramente por el apellido del dueño, algún gallego con ganas de progresar. En un amplio salón con mesas llenas de parroquianos venidos de Boedo al Sur y Almagro, en altas horas de la madrugada, por la cantidad de fumadores una cerrada atmósfera gris perla dificultaba descubrir las identidades de los asistentes, casi todos "habitué". Al fondo las mesas de billar, donde el humo se aglomeraba haciendo invisible ver claramente la posición de las jugadas en el momento preciso del disparo del taco. El murmullo general de los diálogos era perturbado por los gritos de los billaristas al sacar un buen tiro de tres bandas.

Allá por el año sesenta, caíamos de "recalada" después de asistir a nuestro café "El Parque" que dejábamos inexorablemente a las tres de la madrugada para ir a tomar cerveza con Tincho Zabalúa al Bar "Ricardo" en Primera Junta.

Alrededor de las cuatro partíamos, casi siempre con Eduardo, hacia el "Díaz", con la seguridad de poder escuchar alguna historia de Silvestre, con bastante sobriedad y no muchas palabras, ya que no era hombre de hablar largo. Su pinta: morocho, de "funyi", más bien alto, grueso, peinado a "la gomina", zapatos con taquito militar, faja y faca.

Su perfil destacaba su gran apéndice nasal y la ausencia de bigote. Según sus amigos había nacido en 1885, aunque esto no pueda asegurarse. Su fama provenía -según la leyenda popular- por haberle salvado la vida a Carlos Gardel. De allí el prestigio difundido como reguero de pólvora por su núcleo de admiradores.

La mitología milonguera dice que, estando "El Morocho del Abasto" departiendo con el actor Elías Alippi en el "Palais de Glace" -lugar de milonga muy "finoli", muy concurrido, por entonces, fueron objeto de provocaciones por un grupo de compadritos bien vestidos. Tras una breve mediación pareció terminado el asunto. No fue así. Después de salir los dos grupos en automóvil, a gran velocidad, por la Avenida Alcorta, se cruzaron a la altura de la calle Agüero. El elegante compadrito Ernesto Guevara Lynch y un tal De la Serna la emprendieron con Alippi y Gardel. Guevara alcanzó con un disparo de trabuco al "Zorzal". Este proyectil pasó a escasos milímetros del corazón, interesándole gravemente la pleura. Lugar del que nunca salió, ya que una operación en aquellos tiempos resultaba riesgosa. Un segundo disparo dio en el pecho de Silvestre que se interpuso cubriendo al cantor. Horas más tarde, sus amigos preocupados, fueron a buscarlo a la zona. Salieron a rastrearlo con gran dificultad debido a la oscuridad reinante. Afortunadamente visualizaron sangre, una huella no menor de quince metros, encontrándolo con vida todavía. Luego lograron internarlo en el Hospital Rawson. Sobrevivió ya que la herida no fue de importancia evidentemente.

Eduardo y yo sentíamos una profunda consideración y mucho respeto por el guapo Silvestre. No tuvimos la suerte de ser sus amigos. Comprendimos: ¡Si apenas éramos dos adolescentes!

por Asociación Argentina de Lectura