Julio 2007
Julio 2007


La página de las creaciones

Cristina Rossi

Mi familia

Es lo suficientemente difícil encontrar decires para traducir la vida y la muerte.

Filosóficamente uno podría explicarlos o religiosamente, por la fe; pero en la realidad la vida es vida y la muerte es muerte.

Si sos creyente, desde un costado de la duda, Dios te salva, si no lo sos, es posible el tormento, o la explicación racional, o el nada más.

Pero creéme no es así: las almas de los que han estado al lado nuestro y han sido queridos las seguimos teniendo en nuestras mochilas de vida que a veces pesan y a veces alivian.

Carlos se llevó consigo una parte de mi infancia, lo tengo en mi mochila “¿Puede decirse que la infancia es siempre feliz?” No lo supe nunca si él lo fue, yo casi siempre sí.

Los recuerdos me van empañando la mirada; porque de qué otra cosa podemos vivir cuando ya no sentimos sus palabras, sus susurros, su mirada.

Carlos, Jorge y Cristina formábamos un trío que sin ser d´artagnanes nos arreglábamos para jugar o bien en bicicleta o a las casitas o a hacer de alumnos y yo de maestra (¿qué ironía, no?)

Éramos muy niños y toda la fantasía, la milagrería, la poníamos en ese jardín y patio de Dávila 666. Todo se terminaba cuando Hilda lo llamaba a almorzar, no quería que los chicos se quedaran en mi casa. ¡Vaya a saber por qué!

Muy felices también nos hacía cuando papá y Luis, mi tío, iban a cazar a la estancia de los Santa María.

Cuando volvían, ese garage de Dávila (como ves esa calle marcó nuestra vidas) se llenaba de olor a perdices, a liebres, a martinetas, a conejos, también a patos vivos (era un triunfo que fueran al horno) y hasta un chancho que atamos al naranjo y lo dejamos crecer.

Todo transcurría y transcurrió sin pesares, así lo viví yo y siento que Jorge y Carlos compartían esa felicidad.

Después Carlos despegó de nosotros porque era más grande de lo grande que ya era y se fue esfumando poco a poco la niñez.

Aparecieron los novios, los casamientos, los hijos, los nietos… Entonces junté un lugar para las emociones:


Me amanecieron flores en mis manos

y para saber con qué fragancia me levanté

descubrí el naranjo de mi infancia:

las cítricas naranjas, los azahares y el dolor.


El romero, caracoles y perdices

que en la cocina amalgamaba mamá

con humito de cebollas, cilandros y tomillos,

mientras mi viejo cruzaba el garage de par en par.


Hacía frío y era mayo y los vecinos

andando por cada escalón y cada puerta

sahumando con sus risas y sus charlas

la comida que el domingo se ha dicho prometida


y los vinos, junto con los tíos, Luis en este caso,

y los primos, Carlos que reporta como adulto

eran elegidos con gran algarabía

para mañana en la mesa la comida.


No hay ensaladas, sólo papa hervida

que será la pareja compañera

de cada perdiz escabechada.


Y el jardín con su naranjo

imponente y protector

nos ve a los primos y vecinos

jugando alrededor.


No escuchamos ni a Hilda

ni a mamá, ni a mi abuela.

¡Cuidado con Susana!

¡Cuidado con la cuna que la van a voltear!


Carlos corre a Liliana chiquitita

alrededor del jardín de jazmines sin flor

ellos perfumarán el aire en noviembre

con olores de nuevos novios y vos.


Y como trombas, como presencia

que se termina acabando

retomábamos la calle, la libertad en bicicleta.

Ella nos llevaba al país de la paz.


Al mirarme de nuevo toda entera

veo el costado de mi niñez al lado

de mis manos vuelven a salir rosas

y en mis ojos mi familia: papá, mamá,

mis tíos, mis primos.


Ahora estoy sola

vuelvo para seguir el camino

tomada de la mano, mi familia

y caminar.

por Asociación Argentina de Lectura