Es más fácil quedarse con un libro que con su contenido Gonzalo Aristizábal
En una sociedad convulsionada como la nuestra, en un mundo que hoy se caracteriza por la informática y la comunicación como actores principales dentro del esquema de la modernidad la proyección de la lectura a través del libro no debe ni puede quedar relegada como en algún momento se pretendió ante el auge de la muy joven cibernética, a partir de la cual fueron muchos los que presentaron el fenómeno como el final de la era de Gutemberg.
Los acontecimientos devenidos de nuevas situaciones socio-económicas no alejan a los libros de sus análisis serio y la exegesis permanente que requiere toda estructuración de realidades diferentes o parecidas que nos enseñan las contradictorias del planeta.
Los nuevos hitos de la humanidad son -sin duda- trascendentes y positivos, pero ello no no excluye el afán que muchos tenemos por promover la lectura de libros clásicos y de los otros. Necesidad de leer ficción y no ficción, de acercarnos a textos sobre investigaciones y a cuanta poesía o ensayo pueda mostrarnos la realidad o ayudarnos a vivir en ella, todo lo cual, no es simple tarea.
La comprensión y el debate racional sobre lecturas es un ejercicio sano que ennobleces el espíritu, atempera o rebela los ánimos individuales o colectivos, alienta la libertad de expresión y posibilita el disenso en paz.
Es sabido que las transformaciones del pensamiento son fruto de lecturas organizadas y del hábito por abarcar campos hasta entonces desconocidos por los lectores, de allí que desde las propuestas educativas deben propiciarse estos cambios. Y ello ocurre con la lectura que profundiza en contenidos en la misma proporción que crece la cultura y el intelecto entrenado. Con este criterio, se hace necesario alentar todo lo que vincule a la lectura con técnicas para su fomento y difusión, estructura con metodologías adecuadas.
Ahora bien, el incremento de la bibliografía y lo que podríamos denominar la “globalización” de la culytura, no debe llevarnos a observar la controvertida realidad sin su comparación con la pretérita, que será idónea para cotejar los pasos de la historia y pretender desde allí contemporizar con nuestra concreta visión de lo que nos toca vivir. Ir hacia atrás en el texto es una estrategia de buen lector y también es un ejercicio de la memoria del buen ciudadano.
Toda lectura -en líneas generales- es fruto de divergentes creadores y eso es una constante que rige para hoy y para lo que vendrá, por ende, la lectura es y será el acceso más directo y natural al conocimiento y l vida para comprender ya aprehender los sucesos cambiantes, duros diferentes y muchas veces dolorosos de esta realidad de comienzos del siglo XXI.