Un amigo le avisa al galán que después -a media noche- fuera a verla a la confitería "La Opera". Ella sentada en esa mesa desde hada casi década, ordenó "lo de siempre", solamente con un gesto: su pequeño índice levantado. Imperceptible quizá para los parroquianos, aunque evidente para los mozos. Le sirvieron inmediatamente una taza humeante de café con leche, mitad y mitad, dos terrones de azúcar y platos. Uno con un pan y otro dos "ñoquis" de manteca. El siempre desafilado cuchillo mediano a cucharadita para revolver la colación. Todo muy ritual, similar a marcación teatral de puesta en na ya ensayada y por el momento sin texto. Restando así esa siempre incómoda dificultad a la memoria y agregándole desenvoltura al papel. Lástima que no estaba en el teatro y el publico asistente era escaso a esas horas. Su valorización a acción se parecía a la de un desocupado sin trabajar durante un tiempo largo y prolongado. O a la de los inmigrantes que habiendo pasado hambre, han recuperado esa gracia suprema. Su semblante lo graficaba todo. A una tristeza crónica añadía esta vez una amargura nueva, flamante, que le ensombrecía el rostro. Desde la puerta del local el la vió enseguida por lo casi desierto del ambiente, sentándose silenciosamente y dándole un beso en la mejilla. Se queda mirándola largamente. ¿La reconoció por primera vez? Quizás comprendía. Una vida de hotel en hotel, de soledad en soledad, de la radio al café, de allí a la noche y de la noche al desasosiego. Como todos los días seguramente no se había levantado tarde ni tampoco había comido lo imprescindible. Nunca lo hacía. Tal vez unos mates y por costumbre. Su magra figura atestiguaba ese perfil. Algunos amaneceres la sorprendían en vela, ¿por qué? Si la hora del triunfo había llegado. Trabaja duro para ello y también sufrido, probablemente demasiado. A veces la encontrábamos caminando por las calles bajo ese extraño sol de invierno en silencio, sola o acompañada, pero siempre triste, o detenida en una esquina mirando el cielo, buscando. ¿Qué? Y con el viento helado golpeándole en los ojos. Nada ni nadie podía sacarla del letargo. El rostro contagiado por una misma mirada, por una misma inquietud, por una misma ausencia .
¿Quién pudo imaginar este éxito a destiempo. Imagino que vino despacio, silenciosamente hasta aquí a pesar del frío glacial sin importarle. El tapadito marran apenas la defendía. Noté enseguida que confundía anécdotas de otras actrices conocidas con las propias. Y otra vez esa voz. ¿Quién puede olvidarla? Invariablemente alterada, casi entrecortada, elevando, remarcando, enfatizando cada tono coloquial cotidiano. Siempre su sonora, dramática e inclaudicable voz de actriz de radioteatro. Levanta ligeramente la mirada y dejando oír un suspiro como un jadeo, lo mira.
Dialogaron, tendrían mucho que decirse después de tanto tiempo. En los acostumbrados silencios, la voz de un mozo se filtraba vociferando un capuchino caliente. Desde el exterior apagados sonidos nocturnos daban el marco exacto al estilo confidencial de la pareja. La clásica penumbra mezquina del café redondeaba el clima agobiante en ese tradicional lugar de Buenos Aires.