Agosto 2013
por Myriam Goldenberg
Giovanni tenía 53 años. En Los Ángeles, donde vivía, todos lo llamaban Johnny. Desde los veinte, cantaba con su hermosa voz de tenor, trozos de ópera en restoranes famosos. Le iba muy bien. Johnny tenía una debilidad, o un hobbie, como se quiera llamar, siempre hablaba de los extraterrestres, creía firmemente en su existencia. Todas las semanas compraba lo que se publicaba al respecto. Así se enteró de lo que se decía de Capilla del Monte, en Córdoba. Sin pensar mucho, en sus vacaciones de verano, compró un boleto de avión para Buenos Aires.
Al llegar alquiló un auto y partió hacia las sierras chicas. Ya estaba llegando cuando pasó lo que pasó.
Eusebio, de 76 años, era moreno, delgado y bajito. Desde los quince había trabajado como único mozo en la fonda que está a la entrada de Capilla del Monte. Ya jubilado se dedicaba a cocinar a veces, y a cuidar una pequeña huerta que estaba detrás de su casa. Siempre se lo veía acompañado por su perro Tambor, tan delgado y bajito como él...
Ese día Eusebio caminaba al lado de la ruta, muy cerca de la fonda. Se detuvo a observar una planta, por lo que no vio que Tambor se había escapado y cruzaba la carretera. Johnny tuvo que desviarse para no atropellar al pichicho y acabó clavando el auto en la banquina… del motor salía humo.
Johnny se bajó gritando furioso en inglés: “Perrou solou” Eusebio, que había corrido para alzar a Tambor, no entendía nada, pero no le gustó como gritaba Johnny. Se acercó a él y, con el perro apretado contra su pecho, lo empujó… y le dijo: “Qué le pasa al gringo, el perrito no muerde y es muy bueno, no entiendo lo que dice!!!”
Johnny, enojado, seguía gritando “ Money, Money, auto, car ¡!!!” y hacía señas de dinero. Los hombres se hubieran trenzado, si no fuera porque justo apareció en su vieja camioneta, Ramón, el dueño de la fonda. Enseguida se dio cuenta de lo que pasaba y, con ademanes calmó a los dos hombres. Después, los subió a la camioneta, pasaron por lo del Mocho, el mecánico del pueblo, para decirle que se ocupara del auto y se bajaron en la fonda. Ramón calentó empanadas y le indicó a Eusebio que se ocupara del asado. Johnny seguía quejándose en inglés, pero después de la cuarta empanada ya no habló más. Ramón puso sobre la mesa una damajuana de vino tinto y tres vasos. Cuando el asado estuvo listo, los tres hombres se dedicaron a comer y tomar en silencio hasta que Johnny, de golpe, empezó a cantar ópera.
Eusebio y Ramón escuchaban embelesados, hasta Tambor abrió los ojos, levantó las orejas y se quedó quietito. Todo iba muy bien hasta que Johnny, que seguía dándole al tintillo, empezó a cabecear y a desafinar, entrecerrando los ojos.
Los dos hombres lo subieron a un catre y se quedó dormido en unos minutos.
Johnny se despertó por la mañana, tardó bastante en darse cuenta donde estaba y porqué le dolía la cabeza. Se levantó y vio sobre la mesa, la damajuana vacía con los tres vasos, y a Eusebio , Ramón y Tambor, durmiendo en el suelo en camas improvisadas. Después fue hasta el baño para lavarse y, mirando por la ventanita descubrió que su auto estaba estacionado al lado de la camioneta de Ramón. Salió en el acto, comprobó que el auto tenía la llave puesta y que su bolso estaba en el asiento trasero y sin pensarlo más, siguió su viaje hacia Capilla del Monte para ver a los extraterrestres. Eusebio, Ramón y Tambor se despertaron recién al mediodía. Nunca más volvieron a ver a Johnny.