Diciembre 2012

El amigo

  • Por Myriam Goldenberg +

Todos los martes desayuno en el café de la esquina, leo el diario y después voy al supermercado a hacer la compra semanal, con el descuento de jubilado. En la mesita del rincón está siempre sentado un hombre mayor, alto y de hombros anchos, lo que decimos normalmente, un ropero…Usa ropa anticuada y modesta, pero se lo ve limpio y prolijo.

Siempre lo saludo, nunca me había respondido, pero ese día no sólo me contestó sino que me invitó a su mesa. Acepté la invitación en el acto, uno de mis hobbies es adivinar que tipo de trabajo hizo cada persona… Le agradecí y me senté a su lado. Con mucha ceremonia me dio la mano y dijo “Soy Alberto Peña, viudo y vivo enfrente, en la planta baja”. Yo le contesté en el mismo tono: “Soy Darío González, también viudo y vivo a una cuadra de aquí”. El hombre sacó de su bolsillo un cartón blanco largo, forrado con un plástico transparente, donde se veía una serie de fotos, empezó a mostrarme: “Esta era mi mujer, ésta es mi hija con su esposo y éstos son mis dos nietos adolescentes”. Miré cuidadosamente cada foto y le comenté, “lo felicito, tiene una hermosa familia”…. Eso fue lo último que dije en una media hora, ya que él comenzó a hablar sin parar.

Me explicó que él deseaba tener más hijos, pero su esposa se había enfermado, el monólogo siguió sobre sus hermanos, que no habían tenido hijos, que le gustaba el tango, que tenía un amigo en el conurbano y lo visitaba siempre, que todos los días salía a caminar, que había trabajado como jefe del Correo…. a ratos volvía a mostrarme las fotos. Yo, disimuladamente, miraba mi reloj, en cierto momento me levanté y me despedí saludándolo muy amablemente.

El martes siguiente cuando llegué, quise acercarme a él, pero estaba conversando animadamente con una señora mayor, lo saludé desde lejos, pero ni me contestó.

Dos semanas después volví a probar, pero como vi que esta vez conversaba con una pareja joven., me senté en la mesa de al lado para no molestarlo. Observé que también les mostraba a ellos el cartón con fotos…

En un mes, volví al café, lo busqué, pero no estaba. Le pregunté a Don Pedro, el dueño, por el hombre, me miró y dijo: “¿Usted está preguntándome por el boxeador?” Le contesté: ¿“Cómo boxeador? Me contó que había trabajado en el Correo….”

Don Pedro se sonrió, “Eso es lo que dice, pero no es verdad….Todo lo que él cuenta no es cierto. El que fue realmente jefe del Correo es el hermano, quién le paga una pieza en la pensión de la vuelta. Las fotos también son de la familia del hermano”

Me sorprendió, volví a preguntar, “¿Y por qué? “

“Le cuento lo poco que sé…. Me dijeron que a los 18 años trabajaba en un taller, pero se enamoró de una chica del barrio y alguien lo convenció de que la conquistaría si comenzaba a boxear pues tenía el físico apropiado.

Empezó a entrenar, pero tuvo tan mala suerte que en el primer combate recibió un terrible golpe en la cabeza. Nunca quedó bien. El hermano se hizo cargo de él y lo mantiene desde entonces. Cada tanto lo internan en el Psiquiátrico por un mes o dos, después reaparece por aquí. Siempre vivió solo y cuando está en la pensión al único lugar que le agrada venir es a este café… ¡Pobre hombre!” La historia me atrapó y me entristeció… Me fui pensando que hermoso era poder disfrutar de mis tres hermosos nietitos… y que, a veces, la vida es terriblemente injusta…

por Asociación Argentina de Lectura