Diciembre 2012

Cuando se abran los jazmines

  • Por Martha Fracchia +

Historia real del diario de la abuela Josefina

Noviembre de 1922

Joaquina regresa de la escuela con el rostro descompuesto. Aprieta contra su pecho los libros y la pizarra con tanta fuerza como si con ello pudiera contener el llanto que la quiebra en dos. Las palabras de su compañero de banco no se le borran. Desde ahora será solo su compañero de banco, nada más. La amistad ha terminado. Quién es él para hablar mal de su madre. Qué se cree el muy presumido. Que porque le lleva un año es superior. ¿Y qué? Acaso ella con apenas once años ¿no hace todo lo de la casa sin jactarse? Ya le dará una buena lección a ese señorito Bernabé. Claro que no puede decirla estas cosas a su padre. Para él es como un hijo y no le ve defectos. Si hasta fueron juntos el año pasado a la fiesta del Centenario. ¡Cómo cambia la gente! Con la carita de santo que luce en la foto de Comunión y en esa otra cunado papá lo tiene en brazos, la del Bautismo… Podrá engañar a otros pero a ella nunca más. Es un mentiroso, un calumniador. Para colmo su padre le ha pedido que lo ayude a vender rifas en las romerías.

-Sé amable con él, hija. Soy su padrino.

Pobre padre. Si supiera que su ahijado anda diciendo por ahí cosas horribles de su adorada mamá. Se aprovecha porque está ausente. Buen azote recibirá el muy sinvergüenza cuando ella regrese. No falta mucho para que lo haga. Anoche nomás su padre se lo dijo cuando bajó del tren.

-Unos días más y su madre estará en casa. Además les ha mandado una cartita. Por supuesto que la letra es temblorosa, pero en la cama no se puede escribir derechito. Si todavía no hace un mes de la operación. Gracias a Dios todo salió bien y el médico que la atiende es hijo de vascos y mamá puede preguntarle por Guipúzcua y por Eneris y eso le hace bien –dice papá.

La carta no es larga, sin embargo se nota que está contenta: “Hijitas mías, las extraño mucho. Estaré cuando se abran los jazmines”.

Una sonrisa endulza el rostro crispado de la niña. Es fugaz la alegría porque la imagen de Bernabé vuelve a perseguirla ¡Qué atrevido hablar de su mamita! Decir esas crueldades ¿Y si pasara por la iglesia? Imposible, debe apurarse. Su padre regresará para el almuerzo. Ojalá que Pilar se haya acordado de calentar el caldo. Si le pone tres papas más estará bien. ¿Y Natividad habrá comido? Nati… la pequeña. Por suerte no da mucho trabajo y ya avisa. ¿Cuándo florecerá el jazmín? Tal vez unos quince o veinte días ¿No le llevaron a la Virgen jazmines el año pasado? Lo recuerda bien. Pilar hizo un ramito cuando terminaba el mes de maría. Mañana cuando lo vea a ese odioso no lo saludará. Con qué ganas le rompería la cara. Dios mío que nadie pueda escucharla. Las señoritas no hablan así eso queda para los varones Para los varones como el que no quiere nombrar ¿Qué le importa a ella que Don Bernabé y su padre hayan sido amigos desde la infancia! Que fueron juntos al colegio. ¡Vaya! Este otro Bernabé se sienta al lado suyo y sim embargo lo odia y nunca le hablará a sus hijos de él. Nunca, lo jura. Don Bernabé sí que es un buen hombre. Lo salvo a su padre de un encierro. ¡Ay que ganas que aparezca un toro y lo trague a su hijo! Mentiroso, mentiroso, mentiroso. Mamá es linda, es joven, tiene los cabellos rubios, sedosos, suaves… Mamá no es que tú dices. No. Ella volverá pronto, cuando se abran los jazmines del patio del fondo e iremos todos a la procesión. Me pondré el vestido rosa de seda con encaje y Pilar estrenará Las botitas de charol y Nati la cadena con la cruz. A mamá le contaré todas las mentiras que contaste para que se lo digas a tu padre y te ligues una buena azotaina que buena falta te hace. Aunque la señorita y el señor director te crean una maravilla. ¡Qué maravilla! Un embustero. Eso es lo que eres. No te lo perdonaré nunca y te voy a devolver la cola de conejo que me diste el año pasado. Nadie va a creer tus embustes. Nadie. Porque todos en el pueblo quieren y respetan a mis padres. Me da vergüenza que seas un chismoso. Cuando mamá regrese vas a saber lo que es bueno y no quedarás así, fresquito como una lechuga. Nadie te lo va a creer aunque pongas esa cara de compungido. Apenas ella pise la estación, tendrás que confesar de donde sacaste esas historias.

Joaquina no quiere pensar más en ese cochino. Después del almuerzo deberá ayudar a su padre a desempacar. Anoche cuando llegó de viaje, era muy tarde para hacerlo. Si el traje está arrugado tendré que plancharlo. ¿Podrá Pilar lavar la ropa? No, es muy chica. Es preferible que lo haga ella. Que Pilar le alcance los baldes del pozo. Lástima que el jabón se le corra en el agua. Mamá se quejaba: “Allá el jabón hacía espuma”. ¿Cómo será allá? Algún día irán, su padre se lo ha prometido. Conocerán a sus abuelos. Verde, verdinegro, verduzco de envidia se pondrá el Bernabelito ese. Irán a Pamplona el año próximo, para San Fermín y sus abuelitos las llenará de besos y el abuela preguntará ¿Cómo es América? Y ella le dirá que el jabó no hace espuma y el abuelo la mirará asombrado. Su madre reirá todo el tiempo y después, al regreso no se cansarán de hablar y de hablar de ese viaje.

Cruza el cuadro de la estación mecánicamente por el camino dibujado por tantas pisadas y echa a correr hasta su casa. Pilar llora desconsoladamente porque Nati le ha roto la muñeca. El caldo está helado y la nena sin comer. Enojarse. ¿Para qué? Ella es la mayor, debe hacerlo todo, como siempre. Bernabé también es el mayor pero no hace nada solamente se ocupa de repetir habladurías. ¡Qué ganas tiene de romperle los dientes! Pone la mesa y luego relee la cartita de su mamá…”Regresaré cuando se abran los jazmines.

Escucha la voz de su padre y corre a recibirlo con una sonrisa. No quiere amargarlo con los cuentos de su ahijadito. Mejor es callar. No vale la pena darle crédito a un ser tan vil. Y pensar que hasta el día anterior había pensado que era el chico más valiente y guapo del pueblo. Su padre como en silencio. Nati no hace caprichos hoy y Pilar comienza a recoger la mesa sin chistar. Después de lavar los platos sacará la ropa de la valija.

-No, Joaquina, no. Lo haré yo –dice su padre dirigiéndosa al dormitorio.

Joaquina lo sigue sin hacer ruido y se detiene en el vano de la `puerta. Observa como su padre abre la pesada, vieja valija. Un sollozo escapa de su garganta cuando el hombre agobiado, vencido, saca uno a uno tres delantales negros de distinto tamaño y los acomoda sobre la cama grande, esa cama donde nunca más florecerá la vida.

El mediodía de noviembre trae un anticipado y penetrante perfume a jazmines que inunda la habitación.

por Asociación Argentina de Lectura