Mayo 2011

El cantor

Myriam Goldenberg

Mi vecina me había recomendado el restaurant, era difícil de encontrar, estaba como escondido al terminar una calle cortada que terminaba en un parque.

El lugar se veía muy acogedor, las mesas tenían grandes manteles rojos al igual que el delantal de la joven camarera. Pedí pastas y vino tinto. La comida era deliciosa, con un maravilloso sabor casero. Cuando me sirvieron el postre, observé que, en un escenario en el rincón, un hombre vestido de negro comenzó a tocar guitarra y a cantar hermosas y extrañas canciones.

El salón se había llenado de comensales. La gente aplaudía. Ya estaba por irme, cuando noté que el cantor estaba a mi lado…

Me dijo ¿No me reconoces? ¿Tanto he cambiado?

En ese instante volví casi medio siglo atrás… Él había sido mi primer novio y amigo, compañero del secundario…. Teníamos grandes planes…que nunca se cumplieron. Él ya amaba la música, siempre llevaba su guitarra consigo. Al mismo tiempo que yo entraba a Medicina, un pariente italiano le consiguió una beca en un conservatorio en Roma, para estudiar música. Lloré toda una noche cuando se fue. Ese año me llegaron regularmente sus cartas, después recibí una cada cuatro meses y después… nada.

Yo sabía que había heredado de mi abuela gallega su tozudez, su inteligencia y su cuerpo retacón… así que después de dos o tres romances fallidos, decidí dedicarme a mi carrera y a cuidar sobrinos, me especialicé en Pediatría. Cuando dejé de trabajar ya era bastante renombrada y no tenía problemas financieros. Vivo en un coqueto departamento y en un hermoso barrio.

Volviendo a esa noche, me sentí por un momento en el paraíso. Salimos a caminar y en tres horas nos pusimos al día sobre nuestras vidas. Él se había casado en Grecia, era viudo desde hacía tres años atrás, tenía un hijo de 20 años. Vivía cantando por el mundo, sin recalar en ningún sitio. Terminamos la noche en un pequeño hotelito, muy felices. Me prometió que la próxima vez que viniera, me llevaría con él, a conocer el mundo.

Al día siguiente, lo dejé durmiendo y escribí en una tarjeta mi dirección y teléfono. En vano esperé que me llamara. A los seis meses recibí una postal de Grecia, donde me decía que, en tres meses, exactamente el sábado de la primera semana de abril, actuaría nuevamente en el restaurant, que lo esperara allí. Todo ese tiempo lo pasé haciendo planes y preparándome para mi futuro viaje.

Esa noche que fui al restaurant, no podía con mis nervios.

Esperé y esperé … él no apareció. En un determinado momento me sentí desfallecer, para mi vergüenza, me desmayé. Por fortuna estaba cenando en el lugar un señor mayor, médico. Me atendió y, después de recetar un calmante, me llevó en taxi a mi casa. Estuve casi un mes en cama.

En ese tiempo el doctor y yo ya nos habíamos hecho amigos.

Cuando pude levantarme, me invitó a ir a cenar al restaurant. Yo primero dudé, pero, al fin, acepté. Con gran sorpresa de mi parte, esa noche me pidió que nos fuéramos a vivir juntos, ya que ambos estábamos solos. No sé por qué, acepté en el acto, nunca me arrepentí. Hace ya dos años de ese día, con él sí conocí el mundo. Nunca tuve noticias del cantor.

por Asociación Argentina de Lectura