Diciembre 2010

  • La Sombra

Eduardo Bárcena

Me levanté como todos los días para ir a trabajar, siempre a la misma hora, a las tres y media de la madrugada, me duché para despejarme, encendí una pequeña radio que utilizo para escuchar las buenas o malas noticias mañaneras, pero sentí algo raro, siempre oía la misma emisora y no sé por qué no presté atención.

Ya que era temprano me puse a terminar un trabajo que debía entregar al día siguiente, pero algo no estaba bien, no había ruido, hasta que miré la radio, no emitía sonido alguno. Busqué distintas emisoras haciendo girar el dial de un lado a otro sin conseguir resultados. Esa mañana me iría sin saber el pronóstico.

Terminé el trabajo, miré por la ventana y vi el cielo con un aspecto raro, como si fuera a llover todo el día; me puse la gabardina y la bufanda, me calcé el sombrero y salí. Caminé las ocho cuadras que separaban mi casa del lugar de trabajo. Encendí un cigarrillo y comencé a caminar como lo hice toda mi vida, es más me agradaba caminar a todos lados, no me cansaba, por el contrario me daba más fuerzas.

Con la última bocanada del segundo cigarrillo llegué al trabajo, me despojé de mis abrigos, me coloque el guardapolvo y preparé los libros para comenzar a trabajar con los estudiantes. La escuela que era hoy había sido un museo de Ciencias Naturales. Como era temprano me preparé un café y encendí la pipa con la que me deleitaba todas las mañanas; creo que me adormilé porque se mezclaron imágenes de la escuela y el museo, podía verme tomando lista a los alumnos, pero el salón no era un salón de clases y no veía a mis colegas docentes.

Pasé toda la mañana con ellos, pero cómo podía ser que cuando yo hablaba ellos me ignoraban? Parecía como si no estuvieran conmigo y eso me hacía sentir raro ¡Cómo si nunca hubiésemos trabajado juntos! Ni yo me acordaba de sus nombres.

Sé que estaba con ellos, pero recordaba otras caras, otras voces, también se me confundían sus rostros con otros, como si fueran filmaciones del pasado. Me pareció oír un ruido y me despabilé.

Transcurrió ese día y yo seguía con esas visiones, imágenes del viejo museo se alzaban ante mí. Tocó el timbre para que salieran los alumnos, nos abrigamos y ya en la calle despedimos a los chicos. Arreciaba una tormenta de viento, me calcé el sombrero hasta las orejas, les grité un ¡hasta mañana! A mis colegas y no recibí contestación ninguna.

Desande el camino de las mañanas y ya en mi hogar el clima era apacible, volví a encender la radio y no logré escuchar ninguna emisora. Tomé un plato de sopa caliente y me senté con mi pipa a leer un libro sobre mineralogía, pero poco a poco me fui deslizando en el sillón, volví a tener el mismo sueño de la mañana aunque me despertaba a cada rato temblando y sudando. Ya vencido por el sueño me fui a la cama para relajarme y volver a trabajar al otro día. Esa noche no pude dormir bien, pensaba en por qué se me mezclaban las caras y los momentos transcurridos ¿ qué me pasaba que me costaba recordar nombres?

Al sonar el despertador casi brinqué de la cama, había tenido un sueño real pero inexplicable, me vi dando clases de minerales (tema que había estado leyendo esa noche) pero no divisaba los rostros de los alumnos, hablaba y no obtenía respuestas de ellos.

Comencé con mi rutina temprana; el día se presentaba sin lluvia pero muchísimo más frío que el anterior, el viento doblaba las ramas de los árboles y se hacía sentir en la cara como cuchillas de afeitar. Llegué al trabajo comencé el nuevo día, muy parecido a los anteriores, idéntico diría.

Nuevamente al término de la jornada despedí a los colegas y nuevamente no obtuve respuesta, estarían enojados conmigo...no presté atención y seguí camino a casa esperando ese calor de hogar. Subí pesadamente las escaleras, abrí la puerta , me quité el abrigó, hice un café y encendí la radio, ese día una emisora trasmitía cosas que yo sabía habían pasado, pero... por qué?

Me desparramé en el sillón y volví a soñar, me veía caminando por los pasillos del museo para ir a dar la clase, borrador y tiza en mano, me dirigí al aula dije -Buenos días! Y nadie contestó, el preceptor seguía tomando lista y vi a una persona frente a la pizarra, quién comenzó a dictar clase, los alumnos enseguida comenzaron a escribir en sus carpetas, entonces di media vuelta y salí del salón.

Me desperté transpirado, con frío, para volver a caer en un sopor, no me podía despertar y el sueño me seguía trasladando al mismo lugar.

A la mañana no me sentía bien cumplí mi rutina pero estaba agobiado, de camino al aula noté algo extraño y me escondí detrás de unos frascos, para ver si algo de lo que escuchara podía darme un indicio de lo que ocurría en verdad. Para observar mejor desde mi escondite corrí unos frascos y delante de mi a pocos metros vi una placa de bronce sulfatada por el paso del tiempo, me acerqué a ella y con el puño de mi traje logré limpiarla, me paralizó el corazón.

En la placa decía " A NUESTRO QUERIDO PROFESOR DE CIENCIAS, TUS ALUMNOS NUNCA TE OLVIDARÁN" -JUNIO 1910 NOVIEMBRE 1950-

Entonces recordé que antes de morir, pedí que se esparcieran mis cenizas en el laboratorio.

Desde entonces soy la sombra que ronda el colegio como una especie de sereno permanente en ese establecimiento.

por Asociación Argentina de Lectura