Agosto 2010
Leyendo a Hebe Solves
Hebe Solves, poeta, narradora, artista plástica escritora de literatura infantil y de libros pedagógicos, nació en Vicente López el 6 de septiembre de 1935 y falleció en Buenos Aires, el 2 de agosto de 2009.
Maestra rural, docente a cargo de la Biblioteca del Docente Municipal, Coordinadora de Talleres Literarios, la lectura, una de sus pasiones, la llevó a participar, en 1972, en la fundación de la Asociación Argentina de Lectura.
En sus libros, reveladores de su poesía, de sus inquietudes, de su apreciación del mundo, descubrimos a la mujer a quien ningún tema le fue ajeno, a la docente que no le basta con el quehacer cotidiano, lo estudia y lo profundiza, a la creadora en distintas dimensiones.
A un año de su desaparición, la recordamos como ella hubiera querido que lo hiciéramos: leyendo su obra, una manera de dialogar con ella y adentrarse en su sentir.
En**El taller literario: Una alternativa de aprendizaje (Bs As. Plus Ultra. 1987), Hebe Solves explica su experiencia pedagógica relacionada con un taller literario infantil en el que el aprendizaje es un acto de libertad. Expone su metodología y la fundamenta teóricamente. De esta obra extraemos un fragmento en el que reflexiona sobre la lectura y la escritura:
..."Escribir también es un acto de habla, solo que demorado en el tiempo, ya que uno de los dos que se comunican no está presente; escribir es un acto de comunicación demorado. Pero un acto exige actores: ¿quién habla en la escritura? ¿A quién? ¿Qué relación hay entre ambos? ¿Va cambiando dicha relación a medida que la lectura se produce? ¿Qué modificaciones ocurren, luego de una lectura en el vínculo imaginario que fue ligando a autor y lector? Como si fueran hablantes, conversadores, dos que se comunican imaginariamente por medio de la escritura inician un diálogo duradero. A veces volvemos a leer un libro después de muchos años y comprendemos cuánto hemos cambiado y también en qué seguimos siendo los mismos. El libro es nuestro testigo, nos modifica, y nuestra experiencia de vida también modifica nuestra lectura, es decir, aquello que leemos en el mismo libro y que puede variar de significación y valoración, con los años.
Muchas variables que operan en el cumplimiento del acto de habla, creando vínculos entre los hablantes que inciden directamente en lo dicho, también intervienen en el acto de la escritura: ¿Quién escribe? ¿A quién? ¿Para qué? ¿Con qué deseos? ¿Con cuáles condicionamientos, expectativas, presupuestos, esperanzas? Hay alguien en el texto, y el que lee se encuentra con ese alguien.
Si intentamos, entonces, definir estos elementos constituyentes del acto de habla y del acto de escritura, nos encontramos, en primer término, con una distinción que nos parece indispensable: la que deslinda en cada enunciado, un sujeto del enunciado y un sujeto de la enunciación (1).
Conocemos, con nuestro bagaje de gramática escolar, el sujeto del enunciado, que se opone al predicado en cualquier oración. Es una noción sintáctica.
(...) El sujeto de la enunciación no está en la frase misma, se lo adivina por el tono, el modo de decir. El sujeto de la enunciación es el que habla. Hablar es decir algo a alguien. El que dice es ese sujeto y el destinatario es el interlocutor.
En el acto de escritura, el interlocutor no está presente. La escritura se caracteriza por la ausencia de uno de los dos protagonistas del acto comunicativo. La escritura es un acto de comunicación demorado, como dijimos, que se cumple o reactualiza en cada lectura. Fuera del tiempo y el espacio originarios (2). En la lectura en cambio, el ausente es el autor, el sujeto del enunciado, el que habla. Por eso mismo, la escritura perdura; cada texto vuelve a ser acto cuando encuentra su lector o sus lectores. "
Leer el capítulo titulado Lenguaje y acción del Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje de O.Ducrot y T.Todorov).
Se podría profundizar en una teoría de la escritura, leyendo a Derrida, Jacques. De la Gramatología.
De Pentagrama (Bs.As, La Margarita, 2005),uno de sus libros de poemas elegimos Giro de tango, otra de sus pasiones
GIRO DE TANGO
"Se dormía en un giro de tango
su estampa de malevo y de cardón.*
¡Ajo y cebolla, señora.*
Menta y cedrón!"* (1)
En un paso de baile se anudan
la audacia como estilo
y la misericordia como pasión.
La danza me revela y se rebela
en el giro que sostiene el abrazo.
Dando vueltas alcanzo el eje
descargado en la tierra
desde el negro raso del cielo.
El giro se adelanta pulsando
Yoes desvanecidos, pisadas
como teclas de un piano.
El aliento del salón de baile
s viento que amenza la torre de control,
incertidumbre del gallo
adivinando el sol en la oscuridad.
Ahora el hombre que me tuvo la mano
cuando trastabillaba en la ceguera
está despellejando el olvido
y es el mismo que arraiga
una vara de fresno
en el terraplén.
En el cuento y en el poema que transcribimos de Pedacitos de tiempo (Bs As., Plus Ultra, 1981), un libro para los chicos, Hebe nos introduce el mágico mundo de lo pequeño, lo cotidiano, que hay que saber descubrir:
UN AÑO
Cuando llegó la primavera vi que los malvones habían florecido. Había flores rojas, violetas, color salmón optan rosadas y pálidas que casi podían pasar por blancas. Cada flor tenía muchos pétalos carnosos y yo los sacaba uno por uno. Parecían uñas. De un lado eran redondeados y del otro agudos y conservaban todavía la forma en punta y de color blanquecino que unía cada pétalo a la flor entera, cuando estaban en la planta. Con pequeños mordiscos para no rajar el pétalo sedoso, les iba dando la forma más adecuada y sacaba la parte blanca, que a veces quedaba como la raíz de la uña, eso que llaman luna. Después le ponía saliva a cada pétalo por el lado de atrás y me lo pegaba a una uña verdadera. Era como mi mamá. Pero mis uñas tenían un color luminoso y a la vez opaco, no había dos uñas del todo iguales y aquel color hasta tenía un perfume especial a planta recién cortada. Andaba con los dedos extendidos, cuidando que el viento no arrancara mis uñas nuevas. Caminaba por el fondo de la casa y me parecía que todos me estaban mirando: el sol, el viento, el nogal que nunca dio fruta, el cactus y su flor amarilla que pinchaba, el alambrado del gallinero y el del fondo, que daba a la casa vecina. También me miraba el perro, detrás del alambrado y los tomates que ya estaban crecidos.
-¡Ya vinieron las hormigas!- oí que decía mi abuela que venía por el caminito del fondo con u cuentón de ropa recién retorcida y lista para tender. -¡El año pasado pasó lo mismo y me dejaron renga todas las flores!
Mientras rezongaba en voz alta, tendía una sábana y no me miraba como me miraban las cosas de alrededor.
-¿El año pasado? -pensé. Y no pude recordar, aunque recordaba las flores del malvón como si las hubiera conocido de siempre. ¿Yo habría jugado a pintarme las uñas el año pasado? Entonces, un año es lo que va de una flor que recordamos a otra que vuelve a nacer, exactamente igual a la de nuestra memoria.
EL POEMA
Una mano en la otra
y en las dos un latido
que no se sabe
si viene de tu lado
o del mío.
De la misma manera
pasa con el poema.
Uno lo dice y el otro
diciéndolo se lo lleva.
Y no se sabe
de quién es
ni de dónde sale.