Agosto 2010

A Sarah Bianchi, titiritera

Raúl Héctor de Robles

Desdichado de aquél que quiere ver los

hilos que mueven a nuestros muñecos. S.B.

1

Cuando en una valija se escondió por sorpresa,

uno midió la ausencia como una oscura cita.

Papel maché y colores, ese era Lucecita,

deshojando, en sus manos, la insolente belleza.

Sarah le daba vida con su etérea nobleza

y dejaba sentencias sobre la hoja escrita:

Quien quiera ver los hilos del muñeco que grita

ignora que la vida va por dentro y se expresa.

En el retablo vivo, trashumante y sensible

dibujaba la escena con el gesto querible

de su hermana fundante, de su hermana entrañable.

Mane Bernardo andaba tras los telones viejos

diciéndole al oído, con murmullos perplejos:

"Hoy, en tanto silencio, no hay nadie que nos hable"

2

Lucecita ha perdido las manos angeladas

que encendían su cuerpo de magia y de poesía.

Acurrucado en trapos de azul melancolía

vierte lágrimas buenas de acuarelas lavadas.

Con su mano desnuda, con sus manos soñadas,

Sarah le daba amores. La ternura crecía.

En el sabio paisaje de la escenografía

las manos eran alas casi, casi sagradas.

En un baúl sin fondo lleno de marionetas

hay un claro silencio que bosqueja, en viñetas,

la menuda figura de la titiritera,

Hay telones abiertos, un zapato animado,

guantes, tintas, pelucas y un pájaro encantado

que pinta: ¡Viva Sarah, para que nada muera!

8 de julio de 2010

por Asociación Argentina de Lectura