Agosto 2009
La literatura infantil ha dado lugar a una industria editorial de extraordinaria expansión y variada calidad evidente en la proliferación de títulos, ediciones y su difusión en distintos ámbitos. Los chicos que gozan de la alfabetización y del acceso a los libros cuentan con un enorme y variado repertorio; desgraciadamente, un significativo número de la población infantil mundial aún está al margen de este derecho.
Este crecimiento, propio del siglo XX, se inicia en el XIX, en las últimas décadas, cuando se introduce al niño, en la literatura, pero al niño con su sentir, su pensar ante el mundo adulto y el de la naturaleza, tal el caso de David Cooperfield, Pinocho, Peter Pan, Alicia, entre otros; lo dicho, no implica desconocer o desdeñar el pasado tradicional de los cuentos maravillosos o de hadas provenientes de larga data y su doble vía: la oral y la escrita de las recopilaciones, sino centrarnos en la literatura infantil de autoría reconocida.
El siglo XX caracterizado por la rapidez y la variedad de acontecimientos -dos guerras mundiales, revoluciones de significativa trascendencia, cambios sociales y de mentalidad- afianza la idea del libro para la niñez. La literatura infantil adquiere autonomía y ofrece a la crítica un panorama heterogéneo. La heterogeneidad surge de las temáticas y de los géneros pero, sobre todo, de las ideas sobre la infancia y su formación. A una postura en educación corresponde un tipo de libro infantil.
Los escritores reelaboran la realidad de acuerdo con sus experiencias, su sentir, su concepción del mundo y de la niñez. Los mensajes desde el momento que reflejan una determinada visión adquieren importancia pedagógica, social y política.
Ante las distintas alternativas, me inclino por libros con valores que, a través de un estilo atrayente despierten en los lectores infantiles y adolescentes ideas propias, actitudes reflexivas, críticas y creadoras, los sensibilicen ante los problemas sociales, desarrollen la tolerancia, el respeto por el otro y por el medio ambiente. Valores que niños y jóvenes aceptan cuando se ofrecen indirectamente, sin imposiciones autoritarias y como una propuesta abierta. En esta tendencia se alinean libros de todos los tiempos, clásicos y modernos.
En nuestro país, una visión de la narrativa destinada a los niños nos permite distinguir dos vertientes: la entroncada con el viejo folclore europeo, enriquecida con aportes precolombinos y otra didáctica y moralizante ligada al aprendizaje de las primeras letras. Ambas cubrieron los tiempos coloniales, de independencia y de organización nacional. Entre los escritores de fines del siglo XIX que comenzaron a preocuparse por las necesidades, reacciones y sentimientos infantiles sobresale Eduardo Wilde quien, con su relato Tini, ampliamente difundido, los niños entraron triunfalmente en la literatura, palabras estas últimas de Aníbal Ponce.
Inicia la literatura infantil Eduarda Mansilla de García (1833-1892) que, en 1883, publica Cuentos, destinados a los chicos. Numerosos son los autores**que, en las primeras décadas del siglo XX, escriben para la niñez, tal el caso de César Duayen (Emma de la Barra, 1861-1947), Olga Adler, Ricardo Monner Sanz, Benito Lynch, Horacio Quiroga, Germán Berdiales, Pedro Inchauspe, Javier Villafañe, Álvaro Yunque, entre otros, pero me detendré por razones cronológicas en dos: Guillermo Enrique Hudson y Ada María Elflein.
Guillermo Enrique Hudson (1841- 1922), nacido en la estancia Los 25 ombúes, en Quilmes, fue el cuarto hijo de un matrimonio que había llegado al país desde Estados Unidos, en 1833. Sus vivencias iniciales: una infancia libre, en constante contacto con la naturaleza, plena de descubrimientos se refleja en su narrativa. En 1905 publica, en Inglaterra, El niño perdido, relato de las aventuras de Martín, un niño de siete u ocho años, que atraído por la pampa, se aleja de su casa, se pierde en la inmensidad y vive aventuras en las que desaparecen los límites entre la realidad y la fantasía. Realistas son los encuentros:
Otro mundo, cercano al de los sueños, al de la fantasía, es:
La curiosidad lleva a Martín de un descubrimiento de la naturaleza a otro y de este modo llega al mar cuya contemplación lo estremece hasta el punto de extasiarse en él horas y horas olvidado de todo.
El niño perdido es un pionero en cuanto a la temática, la pampa argentina, pero también lo es porque se centra en la aventura tal como la vive un chico de siete años y sin propósitos moralizantes o didácticos. Además, incluye humor, ternura, asombro ante el mundo de la naturaleza y todo envuelto en una atmósfera poética.
La edición argentina de Editorial Kraft, de 1946, embellece la historia con sugestivas ilustraciones y solo contó con 200 ejemplares encuadernados en tela y 1900 comunes.
Otro cuento interesante de Hudson es Niño Diablo, antecedente de Juan Sin Ruido de Roberto Ledesma.
Ada María Elflein (1880-1919), hija de alemanes, nació y murió en Buenos Aires. Maestra y bachiller, dominaba el alemán, el francés, el inglés. Fue redactora del diario La Prensa donde publicó centenares de cuentos y narraciones. Autora de Leyendas argentinas, Del pasado, Paisajes cordilleranos, Tierra Santa, De tierra adentro, Biblioteca Infantil, una asociación nacional "Ada Amaría Elflein", inició, el 1926, la publicación de sus obras completas con el volumen titulado Por campos históricos.
Contó con la amistad y el reconocimiento de Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y Francisco Moreno. Personalidad firme, resuelta, no vaciló, pese a las críticas de sus contemporáneos en integrar el grupo de educadoras que, con el Perito Moreno, llegó a los Andes. Viajera incansable, en las montañas, en las planicies aprendió a escuchar las voces del silencio y recreó episodios de tiempos idos.
Sus cuentos y leyendas para chicos giran en torno de temas universales: un amor imposible como la de la joven criolla y el realista (El prisionero de San Luis), el sacrificio de una muchacha, en los cerros salteños, que guía a las tropas enemigas hacia una trampa que les impida atacar a las suyas, un precipicio conocido como Supayhuasi, la casa del demonio, pereciendo con ellos ( El camino de la muerte), la justicia humana que suele ser injusticia como el del joven que es condenado a muerte pese a que proclama su inocencia y el tiempo lo demuestra (Justicia humana), la jura de venganza que llegado el caso no se puede cumplir pues gana el perdón ( La promesa).
Las historias de Ada María Elflein, algunas de una sutil ternura, otras hondamente trágicas, creadas en un estilo coloquial, sin dejar de ser literarias, evidencian el interés por lo anecdótico y nos permiten descubrir cómo se actuaba y se pensaba en el pasado, actuar y sentir con los que, es posible, no solo identificarse, sino que ayudan a una mejor comprensión de los otros y de nosotros mismos. En esas historias fusionó su fina percepción psicológica, sus experiencias viajeras y los elementos de las dos corrientes polémicas de la época: la crítica objetiva y la historia de raigambre tradicional.
Ada María Elflein, al rescatar y reelaborar viejas tradiciones o crear cuentos en torno de temas históricos, que dedicó a los chicos, iniciaba, sin sospechar, una literatura de especial relieve en el presente: la literatura infantil y juvenil argentina.
Guillermo Hudson y Ada María Elflein, son dos clásicos de nuestra literatura infantil y juvenil pues confieren a sus narraciones un halo vital y sus personajes inmersos en un mundo de encuentros y desencuentros, de lucha y de paz, de vida y de muerte, se nos imponen como una realidad humana y estética. A ellos caben las palabras de Italo Calvino: los clásicos sirven para entender quienes somos y adonde hemos llegado".
Ponencia, en la Feria del Libro, el 30 de abril de 2009, como integrante de la Mesa Redonda organizada por la Dirección de Formación Docente.