Agosto 2009
Graciela Rosa Gallelli
1- El derecho a no leer.
2- El derecho a saltarse páginas.
3- El derecho a no terminar un libro.
4- El derecho a releer.
5- El derecho a leer cualquier cosa.
6- El derecho al bovarismo (1) (enfermedad textualmente transmisible)
7- El derecho a leer en cualquier parte.
8- El derecho a picotear.
9- El derecho a leer en voz alta.
10- El derecho a callarnos.
Daniel Pennac
Conocer los derechos del lector – escritos por un poeta como Daniel Pennac - para quienes somos lectores, se constituye en una “especie de alivio” ante ciertas sensaciones que a veces no justificamos, justamente por nuestra actitud casi compulsiva -si se nos permite aplicar este adjetivo- frente a la lectura.
El derecho a no leer nos permite períodos de dieta, durante los cuales no tenemos ningún libro en nuestras manos, ya sea porque existen otras obligaciones, otros entretenimientos u otros intereses que ocupan nuestro tiempo, sin dejar por ello de seguir siendo lectores.
El derecho a saltarse páginas nos brinda la libertad de leer, con una cierta rapidez, textos extensos cuyo contenido no es de nuestro interés en su totalidad y, aunque se tratara de una novela, nos permite seguir el hilo de la acción y obviar largas descripciones o disquisiciones del autor que irrumpen –inoportunamente- en medio de la trama.
El derecho a no terminar un libro se constituye en un alivio cuando -lectores compulsivos- nos resulta difícil aceptar que ese libro no nos atrapa lo suficiente como para terminarlo, y hasta sentimos algo de “culpa” por no llegar al final. Según Pennac, existiría una especie de química que no funciona entre la obra y nosotros lectores; en algunos casos, volvemos a ella después de transcurrido un tiempo o, tal vez, quede para siempre en el olvido en un estante de nuestra biblioteca.
El derecho a releer desarrolla un buen hábito -especialmente si se lo ejercita desde la escuela- ya que no siempre podemos comprender un escrito a partir de una primera lectura. Con respecto a las obras literarias, más de una vez descubrimos nuevos mensajes después de la relectura de una novela o de un cuento, hecho que se acentúa con la poesía, cuya relectura no sólo nos permite descifrar un significado sino que, muchas veces, nos deleita al volver a recorrer sus versos con la vista.
El derecho a leer cualquier cosa hace que, más de una vez, empecemos por la lectura de “malas novelas” -especialmente durante la adolescencia- para acceder después, a las “buenas lecturas”. Al decir de Pennac, “una de las grandes alegrías del pedagogo es -cuando está autorizada cualquier lectura- ver a un alumno cerrar solo la puerta de la fábrica best-seller para subir a respirar donde el amigo Balzac.”
El derecho al bovarismo no es más que ese primer contacto con la obra literaria; la emoción, el sentimiento, la confusión de la imaginación con la realidad, la penetración en un mundo diferente del real. Nuestras primeras emociones como lectores, nuestros recuerdos de lecturas adolescentes y esa siempre válida postura de lector ingenuo, nos harán disfrutar siempre de la lectura.
El derecho a leer en cualquier parte es aprobado y compartido tanto por ávidos lectores como por quienes se acercan muy de vez en cuando a la lectura. No importa dónde, lo importante es “leer”, hasta tal punto que, más de una vez, la concentración y abstracción del mundo real al que nos lleva la lectura, hace que olvidemos bajar de un colectivo o de cumplir con la hora de alguna actividad planeada previamente.
El derecho a picotear está estrechamente relacionado con la falta de tiempo para leer en forma completa un libro, pero nos permite abrirlo en cualquier página y descubrir allí el comienzo de una posterior lectura o simplemente la posibilidad de trasladarnos por unos minutos, a otro mundo o lugar. Muchas veces volvemos a una lectura ya hecha en busca de un dato determinado o de una frase recordada a medias.
El derecho a leer en voz alta -un ejercicio que se ha perdido últimamente en las escuelas, pero que los alumnos de cualquier edad aprecian y solicitan a menudo- permite dar vida al texto y compartirlo con el grupo. Pennac sostiene con certeza que “quien lee de viva voz… si lee de verdad… si su lectura es un acto de simpatía con el auditorio tanto como con el texto y su autor, si logra que se oiga la necesidad de escribir y despierta nuestra más oscura necesidad de comprender, entonces los libros se abren de par en par, y la muchedumbre de aquellos que se creían excluidos de la lectura se precipitan en ella tras él.”
Finalmente, en el derecho a callarnos, aparece una vez más, el acto de leer como un momento de intimidad del que nadie debe dar explicaciones a nadie…”nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y a nadie se le ha otorgado poder para reclamarnos cuentas sobre esta intimidad.”(2)
Notas
1.Primer estado de lectura 2.Pennac, Daniel. Conmo una novela. Bogotá. Norma. 1997