Diciembre 2008

La expedición


Eduardo Miguel Bárcena García


No recuerdo cómo pasó, en qué situación estábamos, ¿por qué? ¿qué sucedió?...

Habíamos salido en nuestra camioneta, con un gomón para recorrer los rápidos de la Patagonia, en busca de aventuras y tesoros (minerales, semillas de plantas exóticas, cortezas petrificadas, es decir, tesoros valiosos para nosotros), capaces de recorrer todo el sur, escalando cerros y caminando sobre largas carreteras nevadas, atravesando los rápidos, recorriendo los lechos de los ríos, tratando de fotografiar todo lo que se interponía en nuestro camino, recolectando bayas de las plantas con el objetivo de disecarlas y guardarlas por mucho tiempo dejando así una prueba de vida de lo que hubo antes que el calentamiento global nos destruya por completo.

Éramos cuatro científicos destinados para esta tarea. Nos encontrábamos a los pies de un Cerro, hoy no recuerdo cual, cuando uno de mis compañeros presa del horror comenzó a gritar desesperadamente, no sabíamos qué le pasaba, luego comenzó otro que señalaba hacia un cielo tapizado de nubes que poco a poco se teñía de un color ocre y plomo y aunque sé positivamente que en los cerros no ocurre este fenómeno, comenzó a formarse un remolino de tierra, nieve, plantas y rocas que giraban en derredor nuestro; en pocos segundos los cuatro entramos en pánico.

Es imposible que un terremoto se forme en una montaña, pero así era. Recogimos lo que pudimos: alimentos, algo de ropa, las carpas, linternas, faroles, etc. Y comenzamos a escapar de esa tromba enardecida. Para ese entonces uno de nosotros ya había sido absorbido por “Eso”. Los tres restantes tuvimos que correr y correr. Cuando se nos agotó el aire, el cuerpo y logramos escapar de la furia de la tormenta, tomamos un pequeño descanso. Paramos, pero…¿en qué situación nos encontrábamos? No llegamos a descargar las mochilas y provisiones cuando la nieve cedió provocando un alud y caímos varios kilómetros en pendiente, como si se tratara de un tobogán de hielo.

Después del desprendimiento observamos que otro de mis amigos tenía varias contusiones y quebraduras expuestas y rotura de espina dorsal que lo dejó paralítico. No podíamos ni levantarlo ni arrastrarlo, por lo tanto y pensando que el frío nos conduciría a una hipotermia, tuvimos que dejarlo muy a pesar nuestro ya que él estaba sufriendo el congelamiento de sus miembros y se encontraba ya inconciente, no duraríamos mucho ni él ni nosotros en semejante situación.

Volvimos a calzarnos las mochilas y los demás accesorios para emprender una caminata infernal, la peor de todas. Al cabo de algunas horas sentimos que se abría una grieta debajo de nosotros, la tierra se separó y caímos raspándonos con las rocas, hasta que pudimos sujetarnos con los picos clavándolos en las mismas. Las sogas que llevábamos nos permitieron deslizarnos hacia el interior de una cueva, el descenso fue de varios metros, no podíamos calcular la distancia de donde caímos hasta la grieta que nos abrió camino, sin sufrir grandes lastimaduras aunque ya las magulladuras se tornaban insoportables por el dolor.

Lo único que me alegró es que nos hallábamos en una gruta inmensa que nos permitió descansar un buen rato, abrigados con lo poco que teníamos y junto a una fogata que conseguimos encender. En ella había varios túneles, creo que tres, (me encontraba aturdido y cansado, era poco lo que podía observar), que se dirigían hacia diferentes direcciones y en ellos diversos puntos brillantes que se reflejaban con nuestras linternas, faroles y el crepitar de la fogata… ¿Qué serían esos puntos destellantes? Por un tiempo largo los observamos mientras entrábamos en calor, descansábamos y preparábamos una buena comida enlatada. Nos quedamos dormidos por el agotamiento. Cuando despertamos advertimos que los restos de comida ya no estaban, nos dimos cuenta sí que no éramos sólo dos en esa caverna .

Nuestro plan una vez recuperados consistía en encontrar una salida y averiguar qué significaban esos destellos rojos. En tanto ultimábamos detalles, para llevarlo a cabo, fuimos sorprendidos por un aleteo muy fuerte, eran murciélagos de un tamaño descomunal, casi como cuervos, que salían de un túnel y entraban en otro. También logramos ver cierta cantidad de arañas y sus dimensiones nos estremecieron, se alimentaban de carne putrefacta de algunos vampiros muertos y otras alimañas que no reconocimos, ya que sólo se encontraban los huesos desparramados por todas partes; incluso vimos osamentas de los mismos, clavados en las paredes rocosas, qué y cómo pasó nos costó mucho averiguarlo, más adelante lo supimos.

Decidimos comenzar la marcha por uno de los túneles, lo elegimos al azar y emprendimos la caminata dejando rastros en las paredes y en el piso del pasadizo para no perdernos y poder desandar el camino. Era el pasaje equivocado? Pronto lo sabríamos! Recorrimos unos tres kilómetros y vimos que no tenía salida, lo único que pudimos ver fue una raza de animales albinos con ojos de un rojo intenso, ya habíamos dado con el primer interrogante, ¡ Esos eran los destellos en la oscuridad! Durante el trayecto me dediqué a recoger todo tipo de seres vivos por si lográbamos salir y así poder estudiarlos; volvimos sobre nuestros pasos para comenzar en otro túnel. Efectivamente nos faltaban dos. De repente escuchamos un ruido gutural que nos hizo correr a toda velocidad, de tanto en tanto me daba vuelta para tomar fotos y fue con un flash que logramos divisar la silueta de un animal, albino como los otros, con ojos penetrantes y blancos pero de un tamaño descomunal, medía 2 metros poco más o menos. Logré fotografiarlo y los flashes disiparon su ansiedad de atacarnos, otro sonido gutural salió de su garganta y desapareció frente a nosotros.

Cansados por esta nueva aventura llegamos a la cueva principal y nos pusimos a dilucidar sobre cual sería el modo más fácil de salir de esa aterradora fosa en la que estábamos y alejarnos de esos animales peligrosos. Con una antorcha cada uno decidimos separarnos tomando cada uno un túnel diferente, pero algo hizo que mi antorcha se iluminara más y más al acercarme al pasaje subterráneo, sentía como una brisa muy débil que hacía moverse la flama de mi lámpara improvisada con un palo, un trozo de tela de mi camisa que sumergí en un pozo que contenía petróleo o una sustancia similar. Siguiendo mi instinto de investigador nos introducimos en ese corredor, parecía no tener fin y a medida que avanzábamos nos dábamos cuenta de que se encontraba cuesta arriba; desde donde estábamos no podíamos ver mucho así que lo subíamos a paso muy lento ya que nos estaba faltando el oxígeno y la brisa que penetraba no era suficiente.

Caminamos unos, dos días; sin tener reloj es imposible saberlo.

Al llegar a una curva apareció nuevamente aquella bestia con intención de atacarnos, seríamos su almuerzo o su cena. Logramos nuevamente amedrentarlo con la luz de una bengala y cuando se tapó los ojos le disparamos una serie de dardos somníferos que hicieron que no tardara en desplomarse y así pudimos atarlo y vendarle los ojos, para que ningún destello de luz lo lastimara, esto se convirtió en un nuevo objetivo, si lográbamos salir sería objeto de estudio en nuestro laboratorio.

Seguimos pues la caminata hasta lo que creíamos la salida tan esperada. La brisa se hizo más intensa a medida que avanzábamos y pronto vimos un rayo de sol que nos alcanzaba y dejaba sin aliento, pasaba entre las rocas algo cubiertas de nieve. Al llegar tuvimos que abrir un hueco que permitiera la salida del cuerpo inerte de la bestia. En cuanto logramos tener señal de radio dimos aviso a la estación de emergencia en las altas cumbres y pronto nos encontramos rodeados de helicópteros y socorristas. Mi cuerpo no resistió más y caí desmayado.

Me encuentro en el laboratorio, investigando cada ser encontrado en este viaje espectacular, nada se sabe de la terrible bestia albina, mis tres amigos ríen cuando les detallo lo que vi en esas cuevas y un manto de sombras aparece cuando les narro cómo dos de ellos no habrían tolerado este siniestro viaje. Dos meses estuve hospitalizado por un cuadro de hipotermia severa e inconciente largo tiempo. Ahora planeo una nueva expedición…

por Asociación Argentina de Lectura