Por qué mantienen vigencia de los cuentos de Andersen?
Aunque las traducciones y adaptaciones no han sido rigurosas en la mayoría de los casos, y permanece el debate acerca de si hay que actualizar el danés antiguo al contemporáneo, los cuentos de Hans Christian Andersen (1805-1875) multiplican ediciones y captan la atención de millones de niños y niñas.
¿Por qué mantienen vigencia de los cuentos de Andersen?
Dra. Sylvia Puentes de Oyenard
En la pequeña ciudad de Odense, en Dinamarca, un modesto
zapatero —enamorado de los libros y las fantasías —y su mujer—
que no tenía más horizonte que el limitado mundo circundante—
compartieron la alegría del nacimiento de un hijo. El 2 de abril de
1805 llegó al mundo el poeta de los niños, día en que se celebra
desde 1956 el Día Internacional del Libro Infantil.
Aunque las traducciones y adaptaciones no han sido rigurosas en
la mayoría de los casos, y permanece el debate acerca de si hay que
actualizar el danés antiguo al contemporáneo, los cuentos de Hans
Christian Andersen (1805-1875) multiplican ediciones y captan la
atención de millones de niños y niñas. Analizaremos algunas razones:
El diálogo fluido entre emisor y receptor es parte de una
comunicación que el escritor logró desde el inicio de su obra poniendo
énfasis en la oralidad. “La margarita” comienza con: “¡Escuchad!”
y “La princesa y el guisante” termina con: “Esta historia sí que es
bonita”. Con acierto les llamó Cuentos contados. Su auditorio podía
ser de la nobleza o el pueblo, pero siempre era atento escucha de sus
narraciones. Los trabajadores, para cuyo gremio hizo veinte sesiones
de lectura de cuentos, fueron parte de la guardia de honor en sus
reales exequias.
La naturaleza resplandece en la mayoría de los textos,
evoquemos “El patito feo” por la gracia de un estilo personalísimo,
muchas veces cercenado:
“El campo estaba precioso. ¡Era verano! El trigo estaba
amarillo; la avena, verde; el heno estaba apilado en montones en el
verde prado donde paseaba la cigüeña sobre sus largas patas rojas,
hablando en egipcio, porque era la lengua que había aprendido de su
madre. Rodeando los campos y los prados había grandes bosques,
y en lo más profundo de los bosques, lagos. Sí, el campo estaba
realmente precioso. Iluminada por el sol había...
Cada paisaje fue visto y absorbido por el escritor, así en “La
doncella de los hielos” es el entorno suizo y un hecho verídico: la
muerte del novio. Otro tanto sucede en Jutlandia donde se origina
“Una historia de las dunas”. El viaje a París en 1867, donde visitó
la Exposición Universal, motiva “La dríada” con un árbol seco que
él observó y lo hizo reflexionar. En “El jabalí de bronce” expone con
solvencia sus conocimientos de Florencia.
La muerte, tiene papel protagónico en la obra
anderseniana
(basta citar “La fosforerita”, “El ruiseñor”, “El soldadito de
plomo”, “El abeto”, El ángel”, “El cuello de la botella” y “La sirenita”.
En su estilo caben perfectamente: el sentido lúdico, el amor
recíproco, la ternura, el dolor y la muerte como un hecho natural.
Otro tema sería el sufrimiento, bien intrincado con
el motivo anterior, pero que en el autor danés adquiere vigencia
por su propia vida que no logra concretar una pareja y se proyecta
en diferentes textos (“Los novios” y “La doncella de los hielos son
ejemplos”).
La realidad abre caminos a la imaginación y el hablante
no teme desmitificar el arte de la creación: “Había una vez un niño
que estaba resfriado. Se le habían mojado los pies...”, comienza
“Madre Saúco” que a través de un té reconfortante y un anciano
narrador de cuentos presenta el nacimiento de una historia.
No es el único caso en el que hace irrupción un elemento
extraordinario en un mundo cotidiano, “La pastora y el deshollinador”
y “La maleta voladora” están en esa línea.
El prestigio que el cuento tiene para Andersen es
indiscutible y se advierte en distintos momentos. En “El tullido” tiene
valor terapéutico, en “Los fuegos fatuos” es la historia de un hombre
que sabía muchos cuentos, pero ahora se le habían “escapado”.
A partir de un actante —el Cuento— el narrador pretexta
una circunstancia donde emisor y destinatario se confunden en una
persona. Pero la realidad golpea en cigüeñas y golondrinas que
regresan para encontrar sus nidos destruidos, quemados, igual que
los hogares de los humanos. ¿Y el Cuento? ¿Dónde está que tampoco
aparece? El planteo es atrayente desde la perspectiva diacrónica que
ubica en tiempos pretéritos una relación fluida entre el Cuento y el
hombre.
Con vivacidad el hablante recuerda los tiempos en que el
Cuento era presencia a través de distintos personajes, pero ahora
la necesidad de reencontrarlo lo hace clavar sus ojos en la puerta,
“hasta que el suelo se llenó de manchas negras, él no sabía si era
sangre o crespones del luto de aquellos días duros y oscuros”.
Pero el Cuento no aparece. “Quizás el Cuento está enterrado
con las flores. Pero las flores lo sabrían... ( ) El cuento nunca
muere”.
Y el cuento se convierte en pretexto para unir realidad y
fantasía, para rescatar el mensaje universal del discurso narrativo,
pues el Cuento aparece “como si fuera el señor de todas las cosas”. Y
“no es sino el más viejo, aunque pasa por ser el más joven”. Quizás
por eso “nunca muere”.
La temática de Andersen es variada y, aunque muchas
veces predomina lo religioso (“El ángel”, “La tumba del niño”, “Los
zapatos rojos”, entre muchos títulos), su fantasía es pródiga para
mezclar elementos sin que existan fracturas en la recepción.
El sentido ético está impregnado de humor en “El
porquero”: Una princesa rechaza un príncipe que le envía una
rosa que solo crecía cada cinco años y un ruiseñor que cantaba
maravillosamente, pero luego acepta besar a un porquero —el
príncipe disfrazado— por objetos de menor valía estética. El porquero
los permuta por besos que la princesa da mientras las damas de la
corte la rodean para cubrirla.
Una buena demostración de su capacidad de comunicación
está en el momento en que el emperador sale al balcón en zapatillas
y, como un detalle circunstancial, el hablante apunta que se las
levanta “porque las llevaba caídas”.
No omitimos el marcado didactismo de algunos cuentos
(“El abecedario”, por ejemplo), pero generalmente todo coexiste con
un entorno de gracia que modifica el mensaje. La pasión de Andersen
por los avances científicos es fácil de advertir en “Los hermanos”,
“La gran serpiente marina”, “Un collar de perlas”. En “La gota de
agua” hay inserción de descubrimientos del novedoso microscopio de
la época con notas de fantasía; en “Cinco en una vaina”, un mundo
de magia surge de una simple semilla que germina en la ventana
de una niña enferma. Y así se intercalan elementos naturales con
la potencialidad de una imaginación que desbordó su cauce y nos
entregó el privilegio de numerosas horas de solaz.
La preocupación por el arte se manifiesta en “El pájaro
cantor de leyendas”, “Psique”, “El duende y la señora”, entre otros
textos.
La política no tiene cabida en las historias porque cree
que “la Señora Política” es una Venus que atrae a su montaña y hace
perder el camino. “La política no es asunto mío, Dios me ha dado
otra misión”. Cuando es acusado de filogermanismo reconoce que
no puede estar al margen de los acontecimientos, aunque Alemania
lo hubiera consagrado, y confiesa: “Nunca hasta entonces había
sentido tan íntimamente cuan unido estaba a mi patria. ( ). Ella es
y será siempre la primera”. Todo logra un punto alto cuando el rey
le otorga el título honorífico de Consejero de Estado (1866) y su
ciudad le nombra, un año después, “hijo predilecto”. Pero no actuó en
política, fue reconocido por su obra.
La marginación por ser diferente es parte del
emblemático “patito feo”, pero también de otros textos que incluyen
al soldadito sin una pierna. El canto es elemento prestigioso de
algunos personajes, también su ausencia: la sirenita queda muda y
una princesa no puede hablar para romper un encanto que incluye
pasar en el cementerio al lado de lamias, seres fabulosos que no
tienen voz. La sustitución de un brazo por un ala se da en la historia
de “Los cisnes salvajes”, tal como aparece en los Grimm, y se dará
más de cien años después en Amor de alas de la escritora ítalo-
argentina Syria Poletti.
Con respecto a la posición de la mujer, los cuentos de
Andersen la ubican en distintos planos: secundario y de obediencia
(“Lo que hace papá bien hecho está”); proceso de purificación
después de ser frívola y abandonar al hijo hasta redimirse y encontrar
la paz (“Ann Lisbeth”); papel determinante para el éxito (“Los
cisnes salvajes” y “La reina de las nieves”), proxenetismo (“Libro sin
estampas”, tercera noche); delicada (“La princesa y el guisante”), por
solo mencionar algunas posibilidades. Incluso se ha hablado de una
cierta misoginia, pues los protagonistas masculinos se impregnan de
valores como no lo hacen las figuras femeninas.
Si bien no se destacó en el teatro, como le hubiera
gustado, escribió varias obras y teatralizó algunos cuentos que
tuvieron enorme aceptación sustituyendo al recitado (“Olepegaojos”,
1850 y “Madre Saúco”, 1852).
Tampoco el absurdo está ausente del discurso
anderseniano, en muchas y variadas páginas existe el encanto del
nonsense que tanto prestigio le diera a Edward Lear y Lewis Carroll.
Quizás el título más conocido es “La tormenta cambia los rótulos”,
donde en un teatro un cartel anuncia “Sopa de rábanos y repollo”
y en la casa del juez se leía: “navaja de afeitar”, lo que no estaba
equivocado si se pensaba en la lengua de su mujer…
¿Y qué decir de su sentido de la preservación del medio
que habitamos? “Lo que contó el viento a Valdemar Daae y sus hijas”
es relato interesante en este aspecto.
La actualidad de Andersen podría conceptualizarse
en “Dentro de miles de años”, donde el narrador afirma que en el
próximo milenio “los jóvenes habitantes de América visitarán la vieja
Europa” en ocho días. ¿Cómo? en “vapor aéreo” y a través del túnel
del Canal de la Mancha, fantástica realidad que se inauguró en 1994.
Cuando Andersen falleció en 1875, aquel polluelo de cisne
aguijoneado psíquica y físicamente ya se había transformado en el
ave que, levantando maravilloso vuelo y trascendiendo fronteras,
había anidado en el corazón del hombre universal.